OTRO AMANECER
(James Dillet Freeman)
Al enfrentar la pérdida de alguien a
quien amamos, nuestro corazón llora en medio de su soledad, y no se consuela
con simples palabras. Nuestro corazón nos dice que hemos sido creados para
vivir, no para morir. Hemos sido creados para expresar vida, cada vez más.
Cuando alguien falta a esto, nos preguntamos, ¿por qué?
Para entender el significado de la
muerte, debemos comprender primero el significado de la vida. Al contemplar la
vida, vemos que todas las cosas cambian, pero aunque cambian, ninguna perece.
Si esto es cierto en el mundo de las
cosas, ¡cuánto más cierto será en el mundo de la mente! El alma está hecha de
una substancia que le es propia, no menos permanente por ser inmaterial, ni
menos real por ser invisible. No podemos medirla con un calibrador o pesarla en
una balanza ni tocarla con los dedos o verla con los ojos. Pero está ahí,
sustancial, real. Cambia pero no perece.
La vida no comienza con el nacimiento ni
termina con la muerte. La vida es un proceso y progreso eternos. Esta forma
visible, esta voz audible, este agregado de órganos, esta red de ideas –somos
más que eso. Éstas son las circunstancias visibles. Somos expresión del
espíritu de vida.
Si te pasas a la orilla del mar en la
noche, podrás oír el ruido de las olas. Podrás verlas emblanquecer y romperse
en las rocas. Pero el mar mismo –vasto, imponderable, extraño y profundo– no
podrás verlo. La ola se rompe en las rocas y se va, y lo que queda tras ella es
una línea de espuma que se desvanece. Sin embargo, el mar es más que la espuma
que se desvanece en las rocas, es más que la ola en la que toma forma por un
momento. Cuando ola y espuma se han ido, el mar vuelve a plasmarse en otra ola
que se arroja de nuevo en forma de espuma sobre otra roca.
Tú eres como el mar que toma la forma de
una ola. La ola desaparecerá, pero tú no. Tú tomarás la forma de infinitas
olas. Tú eres la expresión de la vida infinita, siempre renovándose y
desarrollándose.
La eternidad no es una alteración de vida
y muerte. Sólo hay vida. La verdad es que no podemos morir. La vida es energía.
La vida es expresión. No puede cesar porque es eterna. Podemos cambiar de forma
y desaparecer de vista, pero no podemos dejar de ser, ni siquiera por un
momento. No podemos ser separados de la vida ni ser menos que ella.
La vida es un camino que serpentea entre
las montañas del tiempo. En cada recodo desaparece un viejo paisaje, para dar
lugar a uno nuevo. La vida es un peregrinaje, un pasadizo a través de la
eternidad, un viaje a lo desconocido. Las personas son como pasajeros en un
viaje.
Algunos pasean rápidamente, más allá del
recodo del camino que los oculta de la vista. Algunos caminan a nuestro lado
todo el tiempo. Algunos parecen deslizarse lentamente y otros pasan
rápidamente. Pero la vida no puede medirse en términos de tiempo, sino sólo
viviéndola.
Cuando una persona muere, no cesa de ser;
solamente pasa más allá de nuestra vista humana.
Hay una unidad más allá de las unidades
de tiempo y lugar y aun de pensamiento; una unidad que nos vincula como un solo
ente, del mismo modo en que todas las olas son un solo mar y todas las islas
una sola tierra. Nos une el amor a nuestros amigos aunque ellos estén en el
otro extremo de la tierra. Del mismo modo, aquellos que amamos pueden pasar más
allá del alcance de nuestras manos, pero no del alcance de nuestros corazones.
¿Por qué tememos a la muerte? Porque
tememos a lo desconocido. Sin embargo, ¿no es cada nuevo día una aventura en lo
desconocido? Lo que hay exactamente al otro lado de la muerte, no lo sabemos.
Pero podemos estar seguros de que es vida. La vida está del otro lado de la
muerte como lo está de este lado.
La muerte no es un mal. Ni tampoco es un
bien. ¿Es el pasar una página algo bueno o malo? ¿Es la pausa entre dos notas
musicales buena o mala? ¿Es el abrir una puerta bueno o malo? La muerte es un
accidente. Es parte de la vida, como el sueño y el anochecer. El sueño da paso
al despertar, la noche al día, y así la muerte no es más que el paso de una
vida a otra.
La muerte es una puerta a través de la
cual pasamos de una habitación a otra. Es la pausa entre dos notas en una
sinfonía inconclusa. Es una página que pasamos para entrar en un nuevo capítulo
del libro de la vida.
No es el fin, es un nuevo comienzo. No es
el anochecer, es otro amanecer.
No sabemos qué ocurrirá cuando
atravesemos la puerta. Sin embargo, podemos confiar en el Guardián del
Infinito. La vida es el trabajo de una grandiosa y bondadosa inteligencia, que
tiene un orden y un significado más allá de nuestra visión. ¿Quién de nosotros
pudo haber planeado un átomo o una estrella? ¿Quién pudo haber planeado la
Tierra, las estaciones, el delicado equilibrio de energías que permite que
exista vida? ¿Qué científico pudo haber formado el cuerpo humano? ¿Qué filósofo
pudo haber pensado en las leyes que gobiernan la mente y el espacio? ¿Qué poeta
pudo haber imaginado el amor y la admiración?
Podemos confiar en la inteligencia que
creó el mundo. No fuimos creados para morir, para el fracaso o el dolor. Fuimos
creados para vivir gloriosamente. Somos hijos del Infinito. Tenemos un destino
divino y avanzamos hacia ese destino.
Venimos del infinito y vamos hacia el
infinito. Pero estamos destinados a ir hacia arriba. Hemos surgido a través de
una eternidad de experiencias. Subiremos aún más alto.
Ahora vivimos en un mundo de luz y
sombras, de vida y muerte. El sol que sale en la mañana parece desaparecer en
la noche. Pero si pudiéramos ascender fuera de la sombra de la Tierra, veríamos
que el sol no desaparece realmente, sino que siempre brilla en los cielos.
Tampoco el sol de la vida desaparece; si pudiéramos elevarnos lo
suficientemente alto, veríamos que la vida es un proceso continuo y que la
muerte no es sino la sombra arrojada por el pensar terrenal.
Éste es uno de los fines de la vida hacia
el cual nos movemos: elevarnos al lugar en que no sólo veremos ni la apariencia
de la muerte, sino que, en nuestra naturaleza espiritual, seremos ataviados con
la luz de la vida por toda la eternidad con un cuerpo que se autorenueva y una
mente que no deja de desarrollarse. Entonces la muerte será vencida.
Aunque ahora las apariencias de todas las
cosas cambian, las leyes que rigen el mundo, la comprensión del amor, la
sabiduría del corazón, el poder de la fe, de la belleza y de la verdad, no
cambian. Más allá de nuestro día y nuestra noche, de nuestro flujo y reflujo,
de nuestro si y no, de nuestro bien y nuestro mal, lo Eterno es siempre igual.
No temamos. Somos marinos en el mar de la
eternidad, pasajeros de la vida, y estamos bien acompañados en este viaje.
Naveguemos con fe. Más allá de la oscuridad... ¡mira, es otro amanecer! ÿ