La muerte es una puerta a través
de la cual pasamos de una habitación a otra. Es la pausa entre dos notas en una
sinfonía inconclusa. Es una página que pasamos para entrar en un nuevo capítulo
del libro de la vida.
No es el fin, es un nuevo comienzo. No es
el anochecer, es otro amanecer.
No sabemos qué ocurrirá cuando
atravesemos la puerta. Sin embargo, podemos confiar en el Guardián del
Infinito. La vida es el trabajo de una grandiosa y bondadosa inteligencia, que
tiene un orden y un significado más allá de nuestra visión. ¿Quién de nosotros
pudo haber planeado un átomo o una estrella? ¿Quién pudo haber planeado la
Tierra, las estaciones, el delicado equilibrio de energías que permite que
exista vida? ¿Qué científico pudo haber formado el cuerpo humano? ¿Qué filósofo
pudo haber pensado en las leyes que gobiernan la mente y el espacio? ¿Qué poeta
pudo haber imaginado el amor y la admiración?
Podemos confiar en la inteligencia que
creó el mundo. No fuimos creados para morir, para el fracaso o el dolor. Fuimos
creados para vivir gloriosamente. Somos hijos del Infinito. Tenemos un destino
divino y avanzamos hacia ese destino.
Venimos del infinito y vamos hacia el
infinito. Pero estamos destinados a ir hacia arriba. Hemos surgido a través de
una eternidad de experiencias. Subiremos aún más alto.
Ahora vivimos en un mundo de luz y
sombras, de vida y muerte. El sol que sale en la mañana parece desaparecer en
la noche. Pero si pudiéramos ascender fuera de la sombra de la Tierra, veríamos
que el sol no desaparece realmente, sino que siempre brilla en los cielos.
Tampoco el sol de la vida desaparece; si pudiéramos elevarnos lo
suficientemente alto, veríamos que la vida es un proceso continuo y que la
muerte no es sino la sombra arrojada por el pensar terrenal.
Éste es uno de los fines de la vida hacia
el cual nos movemos: elevarnos al lugar en que no sólo veremos ni la apariencia
de la muerte, sino que, en nuestra naturaleza espiritual, seremos ataviados con
la luz de la vida por toda la eternidad con un cuerpo que se autorenueva y una
mente que no deja de desarrollarse. Entonces la muerte será vencida.
Aunque ahora las apariencias de todas las
cosas cambian, las leyes que rigen el mundo, la comprensión del amor, la
sabiduría del corazón, el poder de la fe, de la belleza y de la verdad, no
cambian. Más allá de nuestro día y nuestra noche, de nuestro flujo y reflujo,
de nuestro si y no, de nuestro bien y nuestro mal, lo Eterno es siempre igual.
No temamos. Somos marinos en el mar de la
eternidad, pasajeros de la vida, y estamos bien acompañados en este viaje.
Naveguemos con fe. Más allá de la oscuridad... ¡mira, es otro amanecer! ÿ
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