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martes, 1 de mayo de 2012
Matrimonio - Divorcio
“También fue dicho: ‘Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio’. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere, y el que se casa con la repudiada, comete adulterio” (Mt 5:31-32).
Jesús está preocupado por la tendencia a escapar de los problemas. Mientras tomemos el camino del escapismo, el problema del cual estamos escapando, surgirá bajo nuevo aspecto en cada recodo del camino. Jesús usa el tema del matrimonio y divorcio como ejemplo.
El matrimonio no es una puerta por la cual dos personas enamoradas entran en una tierra donde “se vive feliz por siempre jamás”. La felicidad en el matrimonio es una conquista y no un legado. El matrimonio es la licencia para que dos personas, que han visto las mayores posibilidades el uno en el otro, puedan laborar juntas para que afloren esas posibilidades. Es un laboratorio de desenvolvimiento individual.
El matrimonio sólo puede triunfar cuando ambas partes ven algo de lo divino el uno en el otro. Si no puedes ver más allá de las apariencias en la otra persona, en realidad no le amas. El verdadero amor es percepción espiritual, una percepción sensitiva a la divinidad innata. A veces se dice: “No me es posible captar lo que él ve en ella”. Desde luego que no puedes. Porque es la percepción de amor lo que es una revelación personal. El matrimonio basado sobre esa percepción está construido sobre la roca. Llevará a un ajuste de las diferencias y al cumplimiento del amor. Sin esa percepción, la casa está construida sobre la arena movediza y durante las tormentas e inundaciones, seguro se caerá.
El matrimonio es una fase de la experiencia total del desarrollo humano. Si trae amor y dicha, entonces éste es el producto de la conciencia de ambas partes y sin duda habrá retos o pruebas para ellos en otras áreas de la vida. Si el matrimonio trae conflicto aparente entre las partes, si es un gran reto para cualquiera de los dos o para los dos, entonces éste es el paso próximo en el crecimiento que el alma ha atraído hacia cada uno. Si estamos conscientes de ello, en vez de decir: “Yo no tengo por qué soportar eso”, diremos: “Esta es la razón por la cual fuimos atraídos el uno al otro –es por eso que nos casamos”. Si huimos y encontramos un escape en el divorcio, esto bien puede ser “posponer nuestra salvación”. Si “espantamos el moscardón”, bien podemos espantar el estímulo para crecer.
Una de las últimas palabras de Jesús en la cruz, están registradas como: “Elí, Elí, ¿lama sabactani?” (Mt 27:46), que el Dr Lamsa dice que traduce del arameo como: “Mi Dios, mi Dios, para esto fui sostenido”. Ciertamente que Jesús pudo haber dicho: “¡No tengo que soportar esto!” Pero, sin embargo, Él dijo: “Esto es parte del gran propósito de mi búsqueda para vencer la mismísima muerte y probar el principio de la Divinidad del Hombre”.
Ahora bien, Jesús no cambió la ley Mosaica que autoriza el divorcio por causa de adulterio, pero Él estaba condenando el abandono de esposas por sus maridos por los motivos más triviales. Algunos grupos cristianos sostienen que el divorcio, no importa la razón, es inconcebible e inmoral. Para eso citan la declaración de Jesús: “Lo que Dios junto no lo separe el hombre” (Mt 19:6). Pero Dios es Espíritu, Ley Divina. Lo que Dios une tiene que ser un campo de energía tan inexorable como la gravedad. ¿Cómo entonces, es posible que un matrimonio se rompa en pedazos? La única conclusión es –si el matrimonio puede disolverse, entonces jamás estuvo unido divinamente.
A todo ministro, sacerdote o rabino, le gustaría creer que la unión espiritual se lleva a cabo durante la ceremonia religiosa y bajo su bendición pastoral. Pero la mayoría de los clérigos, reconoce que la unión indisoluble de las almas es una meta que puede demorar meses y aun años para lograrse en la relación matrimonial. El proceso de dos convirtiéndose en una sola carne, requiere mucho ajuste y una gran cantidad de crecimiento y maduración de ambas partes.
Es de dudar que Jesús hubiera dicho que el divorcio jamás debería llevarse a cabo. Porque si hay una poderosa adulteración de la percepción original que permitió a las partes ver algo de la divinidad en el otro, entonces bien puede ser que, lo que Dios quiere es que caiga a pedazos, que ningún hombre trate de mantenerlo unido. Si hay una ruptura total de comunicación y un rechazo a reparar esa ruptura, entonces la continuación del matrimonio puede ser un elemento de la salud mental de ambas partes.
No obstante, lo que Jesús tiene en mente es la tendencia a rehuir los retos. Cualquier tipo de relación o experiencia, ya sea matrimonio o empleo o problemas ambientales, si la persona busca el divorcio como su primer recurso –renunciar al empleo, huir a otro lugar– entonces pospone su salvación. Tiene el hábito de espantar el moscardón. Niega a su vida el acicate del reto –y no hay una gran vida, no hay vida plena sin eso.
Una vez un joven le preguntó a Sócrates si debería casarse. El gran sabio le respondió: “Prosigue y cásate. Si consigues una buena esposa, serás feliz. Si obtienes una mala esposa, te convertirás en filósofo y eso es bueno para cualquier hombre”.
La vida es un proceso de crecimiento grandioso y continuo. Nos movemos de un aula a otra. Y en la escuela esperamos ser sometidos a pruebas. La escuela no tiene que ser una experiencia triste, pero es una época feliz sólo si somos no resistentes al proceso de crecimiento y cambio. Si no presentamos resistencia a lo que la vida nos demanda, si aceptamos las “pruebas” como bendiciones para nosotros, avanzaremos alegremente y con firmeza hacia esa graduación suprema. Y quizás ningún hombre tenga la visión de saber qué o cuándo será la graduación, porque “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser” (1 Jn 3:2).
“Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: ‘No jurarás en falso, sino cumplirás al Señor tus juramentos’.Pero yo os digo: –No juréis de ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’, porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mt 5:33-37).
Una compresión del idioma es vital aquí si hemos de saber lo que Jesús tenía en mente. Al oír a un oriental haciendo un negocio, puedes ver inmediatamente lo pertinente es esta ilustración. Comprar un par de zapatos, por ejemplo, podrá ser la labor de todo un día.
Cuando no se puede acordar un precio por medio del regateo, los comerciantes y sus clientes usualmente prestan juramentos por templos y nombres sagrados como prueba de su sinceridad. Pueden decir: “En el nombre de Dios y sus santos ángeles, esta par de zapatos me costó seis dólares, pero puedes tenerlos por tres”. Cuando esto no resulta efectivo, pueden recurrir a perjurar: “Si te miento, soy un hijo de perro, los zapatos me costaron tres dólares, pero dejo que te los lleves por un dólar y medio”.
El cliente desconfiado puede responder: “Por la cabeza de mi único hijo, no te pagaré más de un dólar”. A veces, si este método fracasa, el negociante le escupe en la cara a su cliente diciendo: “Raca” –que significa “Yo te escupo”.
La Ley Mosaica prohibía jurar por nada que no fuese Dios. A pesar de eso, de todos modos se hacía todo el tiempo. Pero el Maestro dijo: “No jures jamás”. Esto significaba que no debemos tomar ni hacer votos. El problema principal con el juramento es que es una hipoteca sobre el futuro. Por ejemplo, si proclamamos súbitamente: “No le hablaré nunca jamás mientras yo viva”, estamos limitando nuestra experiencia futura a nuestro bajo estado de conciencia del presente. Frecuentemente, llegamos a arrepentirnos de ese juramento. Entonces, o lo rompemos con sentimiento de debilidad de carácter, o nos aferramos a él estoicamente, sintiéndonos enjaulados por una decisión lamentable.
¡Cuán a menudo el alcohólico jura no volver a darse un trago! Y cuán fácilmente se rompe ese voto, cada vez reduciendo más su sentimiento ya débil de respeto propio. La magnífica organización de Alcohólicos Anónimos insiste sabiamente en que tales votos nunca se deben tomar por un período mayor de un día –siendo la teoría que cualquiera puede contenerse por veinticuatro horas. Y al terminar ese período, tiene la satisfacción de un logro. Entonces puede progresar otro día.
Sólo hay el eterno “ahora” en que vivimos. Todo cuanto resolvemos y afirmamos para nosotros mismos, debe ser para el presente. En vez de decir: “Nunca jamás volveré a criticar a nadie”, cuanto mejor afirmar: “Ahora estoy libre de crítica. Soy amoroso y respondo a la divinidad de todos con quienes me encuentro”. De esta manera estamos libres de cualquier presión procedente de las resoluciones, libres para convertirnos en lo que en realidad queremos ser.
Podemos hasta preguntarnos sobre este voto matrimonial “hasta que la muerte nos separe”. ¿Podemos en verdad predecir nuestros futuros estados de conciencia sin empeñar nuestra experiencia futura? Pudiera ser que uno de los problemas en el matrimonio sea el sentimiento de estar atrapado por la ley divina o la civil. Quizás haya una subconsciente resistencia contra la implicación de que nunca puedes salirte de un matrimonio. Quizás sea que la rebelión contra sentirse atrapado ha dado margen a la racionalización de incompatibilidad. Quizás las restricciones religiosas y legales en el matrimonio han motivado más divorcios de los que han evitado.
Cuánto mejor sería sustituir el “voto” del matrimonio con una sincera consagración de contemplar la divinidad en el otro, como una posibilidad y de trabajar juntos para liberar el “esplendor aprisionado” que el amor ha percibido. Una reconsagración anual y aun diaria al espíritu del matrimonio, es preferible a un voto “para-siempre-jamás” de permanecer unidos venga lo que venga.
Thomas Stearns Eliot (1888-1965), caracteriza la situación difícil de tantos matrimonios con sencillez devastadora en estas líneas de su Cocktail Party:
Ellos no se quejan;
están satisfechos con la mañana que los separa
y con la noche que los acerca
por charlas casuales frente a la estufa
dos personas que saben que no se comprenden;
criando hijos a quienes ellos no comprenden
y que jamás los comprenderán a ellos.
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), dice que el matrimonio no es una meta de por sí, sino una oportunidad para madurar. Me pregunto ¿qué le sucedería a las personas en el drama de Eliot si se levantaran cada mañana con el empeño de buscar una percepción más profunda del amor para verse el uno al otro bajo una luz enteramente nueva? Con el tiempo, las mañanas no se separarían, más bien revelarían oportunidades gozosas para una unidad de propósitos y de esfuerzos.
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