viernes, 3 de agosto de 2012

EL PERDÓN

Rosemary Fillmore Rhea
 
      A medida que miramos nuestro mundo complejo e incompatible, podríamos estar de acuerdo en que el ingrediente que más se necesita para lograr paz universal y armonía es la cualidad del perdón.
      Cuando estudiamos la historia de las civilizaciones vemos que hay resentimientos pasados, odios pasados, injusticias pasadas que continuamente revuelven el fuego de la venganza abrasando en algún lugar el alma humana.
      Hay riñas religiosas, riñas étnicas, riñas familiares –riñas que continúan de generación en generación. Los recuerdos de las injusticias pasadas se transmiten a través de los siglos, y pocas personas parecen estar dispuestas a perdonar u olvidar.
      Así que para curar nuestro mundo, nosotros, como seres humanos, debemos aprender el arte del perdón. Y el proceso de curación debe comenzar con nosotros.
      ¿Cómo podemos hacerlo?. ¿Cómo podemos aprender a perdonar cuando el mundo nos enseña a no dejar pasar la injusticia, que aquellos que nos han causado dolor y tristeza deben ser castigados?.
      La respuesta yace en nosotros –en esa parte de nosotros que sabe que es sólo a través del perdón que podemos encontrar liberación y perfección. Mientras estemos aferrados a “pensar como víctimas”, estamos regalando nuestro poder a la clase de personas y cosas que nos atan a nuestros pasados dolorosos.
      Nuestra parte humana quiere desquitarse, para hacer que la otra persona sufra así como nosotros hemos sufrido. Todos hemos oído la expresión, “yo no me enojo; me desquito”. Pero este precepto moral “ojo por ojo” ha sido la causa de mucha tragedia humana. Gandhi dijo que si todos practicáramos el precepto moral “ojo por ojo”, pronto el mundo entero estaría ciego. A la larga, la venganza no nos hace sentir mejor; sino que abastece de combustible el ciclo de represalia que nunca termina. El perdón es la única manera de curarnos a nosotros mismos y a nuestro mundo.
      Cuando Pedro le preguntó a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?. Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18:21-22).
      Luego en Romanos, Pablo nos amonesta: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos... si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber... No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Ro. 12:17-21).
      Si alguien nos ha herido profundamente, esto podría parecer una tarea casi imposible, pero Jesús sabía que debemos perdonar si deseamos tener paz y armonía.
      Podríamos pensar: “Por supuesto, quisiera librarme de mi ira, de mi dolor, pero ¿cómo puedo olvidar o perdonar, cuando la injusticia es tan evidente, la traición tan abrumadora?”
      No es fácil perdonar. A veces, parece más allá de nuestro alcance humano hacer lo intolerable tolerable. Y si sólo fuéramos humanos, esto podría ser cierto. Pero no sólo somos humanos, somos también divinos. En el momento en que elegimos el sendero del perdón, el amor divino que es el corazón de nosotros comienza a obrar su poder milagroso.
                  
Cicatrizando la herida
      Se dice de la historia de un hombre a cuyo hijo le mató el perro del vecino. El hombre estaba tan herido, tan enojado, que todo para lo que vivía era vengar la muerte de su hijo. El odio por su vecino era consumidor. Finalmente, una hambruna cayó sobre la tierra y el vecino no tenía semilla para su sembradío.
      Una noche el padre dejó a un lado su rencor, salió y plantó el sembradío de su vecino. Él explicó su acción diciendo: “Sembré en el sembradío de mi enemigo para que Dios exista”. Lo que él estaba diciendo era que al perdonar a su vecino él estaba abriendo el camino para que Dios se expresara a través de él. El odio, la ira y el resentimiento obstruyen la salida del amor sanador de Dios. El no perdonar nos daña más a nosotros que a la persona a quien es dirigido.
      El primer paso para liberarnos de nuestros pasados dolores es perdonarnos a nosotros mismos. Es difícil perdonar a otros cuando estamos llenos de condenación y culpabilidad personal. Perdonar nuestro pasado es contemplar nuestras vidas desde una perspectiva diferente, desde la perspectiva del amor. Cuando nos miramos a través de los ojos del amor, vemos que cada experiencia, cada persona ha sido parte del crecimiento de nuestras almas.
      ¿No elegimos a veces imprudentemente? ¿No hacemos o decimos a veces cosas que deseamos no haber hecho o dicho?
      La manera en que reaccionamos a la vida en el ayer no es quizás la manera que elegiríamos actuar hoy. Sin embargo, cada nuevo día , cada nuevo momento, es una oportunidad para elegir de nuevo.
      Si tuviéramos un amigo que cometió algunos errores en el pasado pero que hoy vive rectamente, ¿le recordaríamos constantemente su comportamiento pasado? Por supuesto que no, entonces ¿le recordaríamos constantemente su comportamiento pasado? Por supuesto que no, entonces ¿porqué nos hacemos esto a nosotros mismos?.
La culpa nos ata, nos confina y nos impide un futuro creativo.
      “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; pero cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Co 13:11). A medida que despertamos y no volvemos conscientes de nuestra naturaleza divina, podemos perdonar a esa criatura en nosotros que actuó debido a una conciencia de temor e ignorancia.
      “Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero, entonces conoceré como fui conocido. Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Co 13:12-13).
      Es cierto que las personas se hacen cosas malas unas a otras, y es difícil comprender por qué algunas personas se comportan de la manera que lo hacen. Sin embargo, si podemos ver más allá del hecho y ver a la persona, veremos que es su temor –su falta de conciencia­– lo que los hace actuar en forma destructiva y deplorable.
      Esto no quiere decir que debemos aceptar el mal comportamiento o que debemos permanecer en relaciones abusivas. Por el contrario, hacer esto no es respetarnos a nosotros mismos y ciertamente no ayuda a la persona abusiva. Sin embargo, no es nuestra responsabilidad tratar de cambiar a otros. Nuestra responsabilidad es dejarlos a Dios.
      Hacemos esto a través del poder del amor. El regalo más grande que podemos dar a otros es nuestra fe en que el amor sanador de Dios obra en ellos, manifestando paz y armonía en sus almas así como en las nuestras.
      Cuando dejamos ir y dejamos a Dios actuar, nos liberamos. Según perdonamos, así somos perdonados.
      La última lección acerca del perdón fue dada por Jesús en la cruz, cuando oró por Sus perseguidores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34).
      Nosotros, por supuesto, no somos Jesús, pero tenemos en nosotros el mismo espíritu que se expresó a través de Él. Y aunque desde nuestra percepción humana, no comprendemos porqué hemos sufrido, en algún momento veremos en retrospección que todo lo que nos ha sucedido –cada experiencia que hemos tenido, cada persona que hemos conocido– ha sido importante en el viaje de la evolución de las almas. Entonces podremos parafrasear las palabras de José a sus hermanos, quienes lo vendieron a esclavitud: Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo encaminó a bien.
 
Afirmaciones de perdón
      Las siguientes son afirmaciones de curación para guiarte hacia una conciencia que sabe que el amor siempre está contigo. Cuando dejas ir y dejas a Dios actuar, el poder sanador del amor hará su obra perfecta en ti.
      El amor perdonador de Jesucristo fluye a través de mi mente y corazón, y soy libre.
      Estoy consciente de la presencia del amor en mí que sana y restaura mi alma.
      Dejo ir cualquier sentimiento de enojo, resentimiento o dolor. Soy un ser espiritual en un viaje espiritual, y ninguna persona o experiencia puede impedir mi bien.
      Te pongo al cuidado de Dios, y te bendigo en tu camino. Te perdono, así como soy perdonado. Cuando nos encontremos otra vez, será en un espíritu de amor.
      Gracias, Dios, que esto surgió para bendecir mi vida.

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