miércoles, 3 de octubre de 2012

Los cuentos de hadas en la psicología

  Femenina y Masculina
Érase  una vez” es una expresión que todos hemos escuchado y que –una vez pasada la infancia- nos genera algún tipo de melancolía o recuerdo en relación a esa etapa de nuestras vidas. Nos hayan o no contado o leído alguno de estos cuentos tradicionales, ellos parecen formar parte del inconsciente colectivo de nuestra  cultura y, por lo mismo, parecieran determinar o predeterminar muchas de nuestras conductas psicológicas a lo largo del tiempo.
En estos cuentos tan populares   como “la Cenicienta” y “Blancanieves” , las mujeres esperan a un hombre que las saque de su estado de infelicidad, que las resucite y las despierte del letargo para hacerlas felices, pues  están “medio muertas” por ausencia de ellos . En cuentos como estos las mujeres por sí mismas parecieron no ser protagonistas de nada, pues tan solo están a la espera de un hombre que debe llegar, descubrirlas y rescatarlas.
Esto nos enseña que los hombres nos dan la vida que nosotras no tenemos. Además, no está de más recalcar que la causa de la infelicidad de las protagonistas está determinada –generalmente- por otras mujeres: en el caso de Cenicienta son la madrastra y las hermanastras quienes la hacen experimentar una vida de abusos e infelicidad. Es una mujer –también madrastra- la que envenena a Blancanieves. Estas historias nos muestran desde nuestra tierna infancia a personajes cuyas relaciones estarían  marcadas por la envidia, la rabia interna o el deseo de venganza. Por otra parte, este tipo de conducta femenina –según lo determinan los cuentos de hadas- obliga a los hombres a tener que ser príncipes  y cumplir, por ende, con una cantidad enorme de requisitos; tener posición social, estabilidad anímica, condiciones naturales de gentileza, ternura, belleza, estabilidad económica, proyección como buen padre, etc. Porque así son los príncipes perfectos. Los hombres, por lo tanto, también serán desde muy pequeños determinados para ser susceptibles a caer en el juego de tratar de complacer al resto, intentando cumplir con esa cantidad de exigencias. También querrán ser príncipes y cubrir todas nuestras expectativas.
Así, aprendemos a través de estos cuentos que los hombres nos reviven, que la felicidad solo se logra en  la medida en la que hay otro que la produce y que los hombres deben hacernos sentir  y cumplir nuestros deseos. Cuando llega el príncipe a mi vida, ese que “yo siento” que es el “hombre adecuado para mí”, se supone que lo debo reconocer de inmediato. No existe en estos cuentos el tiempo necesario para el conocimiento mutuo ni las experiencias que enseñan a descubrir lo que no gusta del otro; en ellos el aprendizaje es instantáneo: “lo veo y sé que es él”. Pero hay algo más: junto con reconocerlo, tengo que dejar todo por ese hombre, pues me garantiza “ser feliz para siempre”.
Lo cierto es que, en la vida que nos toca a todos y ya lejos de los cuentos fantásticos, nuestro hombre real no podrá cumplir nunca con el modelo de príncipe azul que fue formando en nuestro interior y desde nuestra infancia.
Consideremos este otro aspecto: en los cuentos, no hay nunca una amiga, una mujer que salve, rescate o ayude a las princesas. Entonces, el peso del príncipe o de cualquier otro hombre –como el cazador que perdona la vida a Blancanieves, o mismo los enanitos- como “dador de vida” se siente con mucha fuerza en nuestra cultura. Si una mujer está bien con su marido y además, se mantiene bonita, es porque el hombre tiene “buena mano”. Él hace que la mujer se vea bien. En cambio, si una mujer está  soltera y anda de mal genio es porque le falta sexo, o sea, el hombre.
Nuestras conductas femeninas están predeterminadas de una u otra forma por lo que los hombres o un hombre es capaz de generar en nosotras, lo que dificulta que la mujer se haga cargo de sí misma en pos de determinar y avanzar hacia la felicidad y la autonomía.-
Fragmento extraído del libro ¡Viva la diferencia!, de Pilar Sordo

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