Afirmo: La felicidad proviene del amor incondicional de Dios en mí.
Los seres humanos damos gran valor a la felicidad. Mas yo tengo presente que las circunstancias externas, los logros y las personas no pueden hacerme feliz. Mi gozo verdadero proviene de Dios. Gracias a mi Creador aprendo a amar incondicionalmente, y a ser amable y compasivo con los demás y conmigo mismo.
Acepto a todas las personas como seres espirituales que viven una experiencia humana y que siempre están en evolución. Cuando estoy consciente de mi verdadera naturaleza espiritual y la expreso, soy realmente feliz. Comparto mi alegría según aprecio el bien en los demás. Dios es amor, y la oportunidad de expresar el amor de Dios de manera única me brinda gran dicha.
“Dichosos los de conducta perfecta, los que siguen las enseñanzas del Señor” (Salmo 119:1).
DEJAR IR
Si coloco unas semillas de flores en un estante en lugar de sembrarlas, tendré las semillas, pero nunca las veré convertirse en flores bellas y fragantes. Tener las semillas puede que me dé una sensación de control, pero nunca las disfrutaré plenamente hasta que las siembre y las vea crecer y alcanzar su potencial.
Ninguna solución surge si mantengo la atención en la escasez. Recuerdo que si albergo problemas y preocupaciones no doy cabida a mi bien. De manera que los dejo ir y permito que Dios obre libremente en mí y por medio de mí. Al afirmar: Dejo ir y dejo a Dios actuar, rompo el ciclo de la preocupación. Enfoco mi atención en el poder de Dios en mí y mis oportunidades se expanden.
“Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino delante de ti” (Mateo 11:10).
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