lunes, 27 de mayo de 2013

Hermano Lorenzo


                  HERMANO LORENZO
 
Semblanza del Hermano Lorenzo, un hombre que caminó con Dios.
 
 
Viviendo día a día con Dios
 
El Hermano Lorenzo nació con el nombre de Nicolás Herman, alrededor de 1610, en Herimenil, Lorraine (Francia). La fecha se desconoce, pues el registro de nacimiento fue destruido en un incendio en su parroquia durante la Guerra de los Treinta Años.
Desgraciadamente, hay pocos datos de su juventud. Él aprendió principios cristianos de sus padres Dominic y Louise, con quienes constituía una familia modesta. Aunque Nicolás tenía sobrada inteligencia, aparentemente no le pudieron otorgar oportunidad de estudiar. No se sabe si Nicolás tuvo hermanos o hermanas, cómo pasó su niñez, acerca de su instrucción escolar, o su primer trabajo.
 
Conversión y primeras experiencias de vida
Sin embargo, es claro que a la edad de 18 años tuvo su primera experiencia espiritual, la conversión. Durante ese invierno, mientras veía a un árbol perder sus hojas, consideraba que dentro de poco tiempo las hojas se renovarían, y más tarde vendrían las flores y finalmente aparecería el fruto. A través de esta sencilla observación cotidiana, Nicolás recibió una impactante visión de la providencia y del poder de Dios que nunca pudo olvidar. Esta visión despertó en él un profundo amor a Dios y un deseo cada vez mayor de apartarse del mundo. Desde entonces se dedicó mucho a la lectura y a la vida espiritual.
Sin embargo, Nicolás no ingresó en este tiempo, como pudiera pensarse, a la vida religiosa, sino al servicio militar, durante el agitado período de la terrible Guerra de los Treinta Años. Allí fue apresado por tropas germanas, y, sospechoso de ser un espía, fue amenazado de muerte. Sin embargo, él pudo probar su inocencia. Más tarde se reunió con las tropas de Lorraine, pero fue herido durante el sitio de Rambervillers, en 1635, desde donde regresó a la casa de sus padres. La herida recibida en la guerra le afectó el nervio ciático, debido a lo cual quedó cojo por el resto de su vida, sufriendo dolores crónicos.
No es posible saber si fue durante su vida como soldado, o con posterioridad a ella, que participó de pecados que más tarde le harían lamentar, y recordar con dolor, como «desórdenes de su juventud» o «pecados de su vida pasada». Lo cierto es que, llevado por el deseo de enmendar su vida, y entregar de una vez a Dios lo que le había ofrecido cuando tuvo aquella primera experiencia espiritual, decidió hacerse ermitaño.
Junto a otros que tenían la misma intención, se apartó para vivir en soledad. Sin embargo, a poco andar pudo darse cuenta que no estaba preparado para esa clase de vida, y la abandonó. Se dedicó entonces a servir como criado y lacayo de algunos aristócratas en París. En ese servicio se describió a sí mismo como muy torpe, tanto, que quebraba todo a su alrededor.
 
Reparador de sandalias
A los 26 años de edad se dio cuenta que no podía vivir lejos del servicio a Dios, así que tomó una seria decisión: ingresó a la recién formada comunidad de los Carmelitas en la calle Vaugirard en París, como un hermano laico. Corría junio de 1640. A mediados de ese mismo año, fue recibido oficialmente, y adoptó el nombre de Lorenzo, probablemente inspirado en un religioso de su ciudad a quien había admirado mucho. Como novicio vivió severas pruebas y también grandes decepciones. Según confesión propia, muchas veces quedó en evidencia su torpeza natural, por lo cual temía ser despedido.
Pasados los dos años de noviciado hizo su profesión de votos, en agosto de 1642, a los 28 años de edad. Louis de Sainte-Thérése, su superior, resumió la vocación de este hermano laico con la expresión «oración y trabajo manual».
El primer trabajo que le asignaron después de su profesión fue el de cocinero de la Comunidad, que estaba compuesta por más de cien miembros. Sin embargo, la cocina se hizo muy difícil para alguien físicamente discapacitado, así que tras 15 años de labor, le asignaron un trabajo en que pudiera estar sentado. Fue designado como reparador, y luego fabricante de sandalias. Pero a menudo regresaba a la cocina para ayudar. Al hermano Lorenzo le fueron encomendadas también otras tareas como, por ejemplo, comprar el vino. Para ello debía desplazarse largas distancias, a veces por río; labor que le era muy difícil, porque, como él mismo dice, «cojo de una pierna, sólo podía moverme del bote rodando sobre los barriles». En esos viajes conoció a mucha gente, que quedaba impresionada por su piedad. Muchos de ellos acudían después a él en busca de consejo espiritual.
Poco a poco la influencia del «reparador de sandalias» creció, y no sólo entre los que solía ayudar y aconsejar, sino que mucha gente instruida y religiosos venían a él desde distintos sitios. Uno de sus biógrafos, que le conoció personalmente, dice que llegó a ser venerado por «todo París». Aunque esto pueda resultar una exageración, lo cierto es que todos quienes le conocían apreciaban mucho conversar con él, pues siempre se respiraba en su compañía la presencia de Dios. Él les enseñaba en forma sencilla cómo caminar con Cristo.
Cierta vez, interrogado por alguien de la misma Comunidad (a quien estaba obligado a responder), acerca de cómo había logrado ese habitual sentido de Dios, el hermano Lorenzo le dijo que desde su llegada a ese lugar, él había considerado a Dios como el objetivo y el fin de todos sus pensamientos y deseos.
 
Perfil espiritual
Fénelon le visitó poco antes de su muerte y conversó largamente con él. El recuerdo de esa conversación era muy vívida para Fénelon diez años más tarde, cuando escribe: «Las palabras de los santos son a menudo muy diferentes del discurso de aquellos que trataron de describirlos. El hermano Lorenzo era tosco por naturaleza, pero delicado en gracia. Esta mezcla era atrayente y revelaba a Dios presente en él. Yo lo vi, y aunque él estaba muy enfermo, permanecía muy contento».
El hermano Lorenzo siempre tenía algo que decir a los que querían aprender; no escondía nada a los que consideraba «pequeños y sencillos». Uno de sus biógrafos nos deja un retrato de sus virtudes sociales. «La virtud del Hermano Lorenzo nunca lo hizo ser áspero. Él era abierto, digno de confianza, te hacía sentir que podías decirle cualquier cosa, y que habías encontrado un amigo. Por su parte, una vez que él sabía con quien estaba tratando, hablaba libremente y mostraba gran bondad. Lo que él decía era simple, siempre apropiado, lleno de buen sentido. Una vez que pasabas su dureza exterior tú descubrías una sabiduría inusual, una libertad más allá del alcance de un hermano laico cualquiera, un discernimiento que se extendía mucho más allá de lo que podías haber esperado».
Tenía «el mejor corazón del mundo. Su delicado semblante, aire humano y afable, su simple y modesta manera de ser le ganaba la estima y buena voluntad de todos los que lo veían. Mientras más de cerca lo veías, más descubrías en él una profundidad de integridad y piedad que difícilmente podía encontrarse en otra persona. Él no fue uno de aquellos inflexibles que consideran la santidad incompatible con las formas comunes. Él se asociaba con cualquiera y nunca se daba ínfulas, actuando amablemente con sus hermanos y amigos sin querer llamar la atención».
Lorenzo tenía algún grado de instrucción intelectual. A veces hablaba de los libros que había leído o examinado. Se relacionó con sus compañeros y con visitantes letrados. Lorenzo fue nutrido por el espíritu de Teresa de Ávila cuyo «Camino de la Perfección» era leído cada año por los religiosos. La declaración de Teresa de que «el Señor camina entre ollas y cacerolas» debe haber agradado al hermano cocinero. Juzgando por sus escritos, también debió haber encontrado mucho gozo al leer a Juan de la Cruz, el autor del «Cántico espiritual».
Aunque Lorenzo ciertamente hablaba, permanecía la mayor parte del tiempo en silencio. Los hermanos laicos vivían en las sombras, en el profundo silencio de la comunidad Carmelita. Jurídicamente ocupaban el último lugar de la casa, ya que incluso los novicios estaban por sobre ellos. En la mañana servían a las mesas de los mayores, y el resto de sus días estaban llenos de obligaciones. Por eso, no siempre tenían tiempo de dedicarse a sus prácticas devotas. Pero Lorenzo, como podemos leer en sus conversaciones y cartas, estaba acostumbrado a vivir constantemente en la presencia de Dios, orando sin cesar, en toda circunstancia.
Por más de 50 años, Lorenzo, quien vivió la profundidad de una contemplación que era la fuente de la sabiduría para sus consejos, deleitó e inspiró a los miembros de la comunidad de la calle Vaugirard.
Sin embargo, con el tiempo sus sufrimientos físicos aumentaron. La gota ciática que le hacía cojear lo atormentó por casi 25 años, y degeneró en una úlcera de la pierna, causándole un inmenso dolor. Estuvo muy enfermo tres veces durante los últimos años de su vida. Cuando se recuperó la primera vez, le dijo al médico: «Doctor, sus medicinas me han hecho muy bien. ¡Pero han retrasado mi alegría!». Esperaba ansiosamente el glorioso encuentro. Tres semanas antes de morir escribió «Adiós, espero ver a Dios pronto». Y seis días antes de partir: «Espero por la misericordiosa gracia de Dios, verle en pocos días».
Lúcido hasta sus últimos momentos, el Hermano Lorenzo murió el 12 de Febrero de 1691, a la edad de 77 años. Su plácida muerte fue muy parecida a su vida en la Comunidad, donde cada día y cada hora era un nuevo comienzo y un fresco compromiso de amar a Dios con todo su corazón.
 
Su legado
En tiempos complicados semejantes a los que vivimos, el Hermano Lorenzo, descubrió, y más tarde siguió, una forma pura y simple de caminar continuamente en la presencia de Dios. Durante casi cuarenta años, vivió y caminó con Dios a su lado.
El Hermano Lorenzo fue un hombre gentil y de espíritu alegre, que evitaba llamar la atención y que no era amigo de los púlpitos. Sólo algunas de sus cartas escritas de su puño y letra fueron conservadas después de su muerte. Quienes las leyeron quisieron conocer las otras. Para atender esos pedidos ellas fueron coleccionadas. Joseph de Beaufort aconsejó al arzobispo de París a publicar las cartas en un pequeño panfleto. El año siguiente, en una segunda publicación titulada «La Práctica de la Presencia de Dios», De Beaufort incluyó, como material introductorio, el contenido de cuatro conversaciones que tuvo con el Hermano Lorenzo.
En su pequeño libro de Cartas y Conversaciones, el Hermano Lorenzo explica de una forma simple y hermosa cómo caminar continuamente con Dios, no con la mente sino con el corazón. Su legado fue mostrar un camino directo para vivir en la presencia de Dios, tan práctico hoy como hace 300 años. El hermano Lorenzo pertenece a un selecto grupo de hermanos y hermanas cuyo legado espiritual no puede medirse por su efecto visible. Con seguridad, él nunca imaginó que su humilde y escondida trayectoria espiritual sería de ayuda para tantos hermanos y hermanas en el futuro. Hombres y mujeres de la talla de Watchman Nee, A. W. Tozer, Jessie Penn-Lewis, y el así llamado «movimiento de Keswick» han sido ayudados e inspirados al leer su breve biografía espiritual. Pues en ella nos muestra cómo caminar con Dios de una manera íntima, constante y real a través de todas las vicisitudes de una vida humana común y corriente. En ello está la esencia de su perdurable riqueza espiritual.
 
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