HERMANO LORENZO
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Semblanza del Hermano
Lorenzo, un hombre que caminó con Dios.
Viviendo día a día con Dios
El Hermano Lorenzo nació
con el nombre de Nicolás Herman, alrededor de 1610, en Herimenil, Lorraine
(Francia). La fecha se desconoce, pues el registro de nacimiento fue
destruido en un incendio en su parroquia durante la Guerra de los Treinta
Años.
Desgraciadamente, hay
pocos datos de su juventud. Él aprendió principios cristianos de sus padres
Dominic y Louise, con quienes constituía una familia modesta. Aunque Nicolás
tenía sobrada inteligencia, aparentemente no le pudieron otorgar oportunidad
de estudiar. No se sabe si Nicolás tuvo hermanos o hermanas, cómo pasó su
niñez, acerca de su instrucción escolar, o su primer trabajo.
Conversión y primeras experiencias de vida
Sin embargo, es claro que
a la edad de 18 años tuvo su primera experiencia espiritual, la conversión.
Durante ese invierno, mientras veía a un árbol perder sus hojas, consideraba
que dentro de poco tiempo las hojas se renovarían, y más tarde vendrían las
flores y finalmente aparecería el fruto. A través de esta sencilla
observación cotidiana, Nicolás recibió una impactante visión de la
providencia y del poder de Dios que nunca pudo olvidar. Esta visión despertó
en él un profundo amor a Dios y un deseo cada vez mayor de apartarse del
mundo. Desde entonces se dedicó mucho a la lectura y a la vida espiritual.
Sin embargo, Nicolás no
ingresó en este tiempo, como pudiera pensarse, a la vida religiosa, sino al
servicio militar, durante el agitado período de la terrible Guerra de los
Treinta Años. Allí fue apresado por tropas germanas, y, sospechoso de ser un
espía, fue amenazado de muerte. Sin embargo, él pudo probar su inocencia. Más
tarde se reunió con las tropas de Lorraine, pero fue herido durante el sitio
de Rambervillers, en 1635, desde donde regresó a la casa de sus padres. La
herida recibida en la guerra le afectó el nervio ciático, debido a lo cual
quedó cojo por el resto de su vida, sufriendo dolores crónicos.
No es posible saber si
fue durante su vida como soldado, o con posterioridad a ella, que participó
de pecados que más tarde le harían lamentar, y recordar con dolor, como
«desórdenes de su juventud» o «pecados de su vida pasada». Lo cierto es que,
llevado por el deseo de enmendar su vida, y entregar de una vez a Dios lo que
le había ofrecido cuando tuvo aquella primera experiencia espiritual, decidió
hacerse ermitaño.
Junto a otros que tenían
la misma intención, se apartó para vivir en soledad. Sin embargo, a poco
andar pudo darse cuenta que no estaba preparado para esa clase de vida, y la
abandonó. Se dedicó entonces a servir como criado y lacayo de algunos
aristócratas en París. En ese servicio se describió a sí mismo como muy
torpe, tanto, que quebraba todo a su alrededor.
Reparador de sandalias
A los 26 años de edad se
dio cuenta que no podía vivir lejos del servicio a Dios, así que tomó una
seria decisión: ingresó a la recién formada comunidad de los Carmelitas en la
calle Vaugirard en París, como un hermano laico. Corría junio de 1640. A
mediados de ese mismo año, fue recibido oficialmente, y adoptó el nombre de
Lorenzo, probablemente inspirado en un religioso de su ciudad a quien había
admirado mucho. Como novicio vivió severas pruebas y también grandes
decepciones. Según confesión propia, muchas veces quedó en evidencia su
torpeza natural, por lo cual temía ser despedido.
Pasados los dos años de
noviciado hizo su profesión de votos, en agosto de 1642, a los 28 años de
edad. Louis de Sainte-Thérése, su superior, resumió la vocación de este
hermano laico con la expresión «oración y trabajo manual».
El primer trabajo que le
asignaron después de su profesión fue el de cocinero de la Comunidad, que
estaba compuesta por más de cien miembros. Sin embargo, la cocina se hizo muy
difícil para alguien físicamente discapacitado, así que tras 15 años de
labor, le asignaron un trabajo en que pudiera estar sentado. Fue designado
como reparador, y luego fabricante de sandalias. Pero a menudo regresaba a la
cocina para ayudar. Al hermano Lorenzo le fueron encomendadas también otras
tareas como, por ejemplo, comprar el vino. Para ello debía desplazarse largas
distancias, a veces por río; labor que le era muy difícil, porque, como él
mismo dice, «cojo de una pierna, sólo podía moverme del bote rodando sobre
los barriles». En esos viajes conoció a mucha gente, que quedaba impresionada
por su piedad. Muchos de ellos acudían después a él en busca de consejo
espiritual.
Poco a poco la influencia
del «reparador de sandalias» creció, y no sólo entre los que solía ayudar y
aconsejar, sino que mucha gente instruida y religiosos venían a él desde
distintos sitios. Uno de sus biógrafos, que le conoció personalmente, dice
que llegó a ser venerado por «todo París». Aunque esto pueda resultar una
exageración, lo cierto es que todos quienes le conocían apreciaban mucho
conversar con él, pues siempre se respiraba en su compañía la presencia de
Dios. Él les enseñaba en forma sencilla cómo caminar con Cristo.
Cierta vez, interrogado
por alguien de la misma Comunidad (a quien estaba obligado a responder),
acerca de cómo había logrado ese habitual sentido de Dios, el hermano Lorenzo
le dijo que desde su llegada a ese lugar, él había considerado a Dios como el
objetivo y el fin de todos sus pensamientos y deseos.
Perfil espiritual
Fénelon le visitó poco
antes de su muerte y conversó largamente con él. El recuerdo de esa
conversación era muy vívida para Fénelon diez años más tarde, cuando escribe:
«Las palabras de los santos son a menudo muy diferentes del discurso de
aquellos que trataron de describirlos. El hermano Lorenzo era tosco por
naturaleza, pero delicado en gracia. Esta mezcla era atrayente y revelaba a
Dios presente en él. Yo lo vi, y aunque él estaba muy enfermo, permanecía muy
contento».
El hermano Lorenzo
siempre tenía algo que decir a los que querían aprender; no escondía nada a
los que consideraba «pequeños y sencillos». Uno de sus biógrafos nos deja un
retrato de sus virtudes sociales. «La virtud del Hermano Lorenzo nunca lo
hizo ser áspero. Él era abierto, digno de confianza, te hacía sentir que
podías decirle cualquier cosa, y que habías encontrado un amigo. Por su parte,
una vez que él sabía con quien estaba tratando, hablaba libremente y mostraba
gran bondad. Lo que él decía era simple, siempre apropiado, lleno de buen
sentido. Una vez que pasabas su dureza exterior tú descubrías una sabiduría
inusual, una libertad más allá del alcance de un hermano laico cualquiera, un
discernimiento que se extendía mucho más allá de lo que podías haber
esperado».
Tenía «el mejor corazón
del mundo. Su delicado semblante, aire humano y afable, su simple y modesta
manera de ser le ganaba la estima y buena voluntad de todos los que lo veían.
Mientras más de cerca lo veías, más descubrías en él una profundidad de
integridad y piedad que difícilmente podía encontrarse en otra persona. Él no
fue uno de aquellos inflexibles que consideran la santidad incompatible con
las formas comunes. Él se asociaba con cualquiera y nunca se daba ínfulas,
actuando amablemente con sus hermanos y amigos sin querer llamar la
atención».
Lorenzo tenía algún grado
de instrucción intelectual. A veces hablaba de los libros que había leído o
examinado. Se relacionó con sus compañeros y con visitantes letrados. Lorenzo
fue nutrido por el espíritu de Teresa de Ávila cuyo «Camino de la Perfección»
era leído cada año por los religiosos. La declaración de Teresa de que «el Señor
camina entre ollas y cacerolas» debe haber agradado al hermano cocinero.
Juzgando por sus escritos, también debió haber encontrado mucho gozo al leer
a Juan de la Cruz, el autor del «Cántico espiritual».
Aunque Lorenzo
ciertamente hablaba, permanecía la mayor parte del tiempo en silencio. Los
hermanos laicos vivían en las sombras, en el profundo silencio de la
comunidad Carmelita. Jurídicamente ocupaban el último lugar de la casa, ya
que incluso los novicios estaban por sobre ellos. En la mañana servían a las
mesas de los mayores, y el resto de sus días estaban llenos de obligaciones.
Por eso, no siempre tenían tiempo de dedicarse a sus prácticas devotas. Pero
Lorenzo, como podemos leer en sus conversaciones y cartas, estaba
acostumbrado a vivir constantemente en la presencia de Dios, orando sin
cesar, en toda circunstancia.
Por más de 50 años,
Lorenzo, quien vivió la profundidad de una contemplación que era la fuente de
la sabiduría para sus consejos, deleitó e inspiró a los miembros de la
comunidad de la calle Vaugirard.
Sin embargo, con el
tiempo sus sufrimientos físicos aumentaron. La gota ciática que le hacía
cojear lo atormentó por casi 25 años, y degeneró en una úlcera de la pierna,
causándole un inmenso dolor. Estuvo muy enfermo tres veces durante los
últimos años de su vida. Cuando se recuperó la primera vez, le dijo al
médico: «Doctor, sus medicinas me han hecho muy bien. ¡Pero han retrasado mi
alegría!». Esperaba ansiosamente el glorioso encuentro. Tres semanas antes de
morir escribió «Adiós, espero ver a Dios pronto». Y seis días antes de
partir: «Espero por la misericordiosa gracia de Dios, verle en pocos días».
Lúcido hasta sus últimos
momentos, el Hermano Lorenzo murió el 12 de Febrero de 1691, a la edad de 77
años. Su plácida muerte fue muy parecida a su vida en la Comunidad, donde
cada día y cada hora era un nuevo comienzo y un fresco compromiso de amar a
Dios con todo su corazón.
Su legado
En tiempos complicados
semejantes a los que vivimos, el Hermano Lorenzo, descubrió, y más tarde
siguió, una forma pura y simple de caminar continuamente en la presencia de
Dios. Durante casi cuarenta años, vivió y caminó con Dios a su lado.
El Hermano Lorenzo fue un
hombre gentil y de espíritu alegre, que evitaba llamar la atención y que no
era amigo de los púlpitos. Sólo algunas de sus cartas escritas de su puño y
letra fueron conservadas después de su muerte. Quienes las leyeron quisieron
conocer las otras. Para atender esos pedidos ellas fueron coleccionadas.
Joseph de Beaufort aconsejó al arzobispo de París a publicar las cartas en un
pequeño panfleto. El año siguiente, en una segunda publicación titulada «La
Práctica de la Presencia de Dios», De Beaufort incluyó, como material
introductorio, el contenido de cuatro conversaciones que tuvo con el Hermano Lorenzo.
En su pequeño libro de
Cartas y Conversaciones, el Hermano Lorenzo explica de una forma simple y
hermosa cómo caminar continuamente con Dios, no con la mente sino con el
corazón. Su legado fue mostrar un camino directo para vivir en la presencia de
Dios, tan práctico hoy como hace 300 años. El hermano Lorenzo pertenece a un
selecto grupo de hermanos y hermanas cuyo legado espiritual no puede medirse
por su efecto visible. Con seguridad, él nunca imaginó que su humilde y
escondida trayectoria espiritual sería de ayuda para tantos hermanos y
hermanas en el futuro. Hombres y mujeres de la talla de Watchman Nee, A. W.
Tozer, Jessie Penn-Lewis, y el así llamado «movimiento de Keswick» han sido
ayudados e inspirados al leer su breve biografía espiritual. Pues en ella nos
muestra cómo caminar con Dios de una manera íntima, constante y real a través
de todas las vicisitudes de una vida humana común y corriente. En ello está
la esencia de su perdurable riqueza espiritual.
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Espiritualidad Practica Positiva - Crecimiento Espiritual- Meditación- Oración Cientifica- "Paralelo 30 - sur" San Juan-Argentina

lunes, 27 de mayo de 2013
Hermano Lorenzo
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